sábado, 28 de febrero de 2015

La Oración de San Francisco ante el crucifijo de San Damián

La primera oración compuesta por Francisco que nosotros conocemos, es una oración muy corta. Se remonta a su tiempo de búsqueda y de lucha (años 1205-1206). A veces se la ha llamado «la oración de la hora de la conversión». Eso no quiere decir que naciera en aquel preciso momento. Francisco ya había orado muchas veces de manera parecida, antes de consignarla en la formulación definitiva que ha llegado hasta nosotros:

Altissimo glorioso Dio,
illumina le tenebre de lo core mio
et da me fede dricta,
sperança certa e caritade perfecta,
senno et cognoscemento,
signore, che faça
lo tuo santo e verace commandamento.

Aún hoy día podemos leer este texto redactado en italiano antiguo y contenido en un manuscrito que se conserva en Oxford. En ese mismo manuscrito se dice que la oración fue traducida pronto al latín «a fin de que, con vistas a un mayor provecho, pudiera ser entendida en toda la tierra». Resulta particularmente llamativo que precisamente la primera y la última oración de san Francisco hayan llegado hasta nosotros en su lengua materna. En efecto, junto con el Cántico del hermano Sol y la exhortación a las Damas Pobres, el Audite Poverelle, la Oración ante el Crucifijo de San Damián es la única oración de Francisco conservada en lengua vulgar. Los demás escritos del Poverello están redactados en latín, un latín parcialmente defectuoso, lo cual quiere decir que fueron dictados por Francisco en su lengua materna y transcritos en latín por un hermano amanuense.

Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.
 

Tomado de: LA ORACIÓN DE SAN FRANCISCO ANTE EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN por Leonhard Lehmann, o.f.m.cap.

Oración del Escogista

Señor, Dios mío, Tu eres infinitamente bueno al habernos dado la oportunidad de participar en ESCOGE.

Te damos las gracias no sólo por ello, sino por habernos tendido la mano para que nos levantásemos tantas veces como hemos caído.

Te pedimos, Señor, por medio de tu hijo Jesús, que no nos dejes caer nunca más y nos guíes por el camino que nos tienes aq cada uno de nosotros sin flaquear, para que de esta manera podamos tambien, con misericordia, ayudar a nuestros hermanos a que te conozcan y gocen con nosotros de tu amor infinito y sirvan de semilla que dé mucho fruto para la Gloria Eterna.

¡Gracias Señor!