domingo, 8 de marzo de 2015

Señal de la Cruz

Cuando nos asustan, cuando rezamos, hasta cuando entramos al campo de juego en un partido de fútbol…

 En el nombre del Padre 

y del Hijo 

y del Espíritu Santo. Amen.

Todos lo hacemos…, y lo hacemos en todo tipo de situaciones: al sorprendernos, cuando nos asustan, cuando rezamos, y cuando nos servimos de la piedad para hacer chiste, hasta cuando entramos al campo de juego en un partido de fútbol… Desde pequeños hemos aprendido a persignarnos mientras recitamos las palabras: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.” Quizá llevamos 10, 20, 30 ó 50 años moviendo nuestra mano derecha de la frente al vientre y al pecho, trazando una cruz, pero ¿cuántas veces lo hemos hecho 100% conscientes de lo que significa?
Quizá empezamos el día con la señal de la cruz; quizá terminamos el día de la misma manera. ¡Cada Misa, cada rosario, cada oración! Y lo hacemos con tanta monotonía y desinterés. Así como en el deporte, en cualquier carrera, en la vida, a veces hay que volver al inicio: “Back to basics…”

Cuando trazamos esa cruz con nuestra mano, estamos recordando el precio pagado por nuestra salvación; estamos recordando el Amor que Dios nos ha mostrado calvado en esa cruz. Al decir esas palabras, estamos poniendo en las manos de ese Dios que nos ama, todos nuestros pensamientos, todas nuestras acciones, todo nuestro ser. Le estamos diciendo “gracias por haberme amado”. Le estamos gritando “yo también te amo y por eso quiero que todo lo que estoy a punto de hacer sea para darte gloria, para mostrarte mi amor.
Y por eso lo quiero empezar, vivir y terminar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.”

Tomado de: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…

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